viernes, septiembre 17, 2010
¿En qué manos estamos?
viernes, septiembre 10, 2010
Supa de letras
Las lenguas existen no solo como medio de comunicación sino como una forma de interactuar con la realidad. Es decir, la lengua es, además, un medio para construir nuestra relación con el mundo, para simbolizarlo, organizarlo y darle un sentido particular. Censurar una lengua o la variedad de una lengua es mucho más que limitar el habla o la escritura, se trata de un bloqueo contra una forma de vivir la cultura. Los hablantes son los propietarios de las lenguas, no lo es la Real Academia de la Lengua Española ni el más sesudo lingüista ni el profesor de lengua poseedor del último manual de la academia. Los hablantes aprovechan las lenguas de la mejor manera posible para hacerse entender; y las modifican si es necesario. Esto permite que las lenguas evolucionen. Pero no se entienda aquí evolución como mejoría o tránsito hacia una situación superior, sino como simple cambio. Las variedades lingüísticas son producto de las innovaciones realizadas por hablantes en situaciones concretas de comunicación. El uso de estas variedades es normal y no significa, en lo absoluto, que las personas que recurrean a elllas sean , de alguna manera, incompetentes en lo laboral o intelectual. Pensar de esta manera es una actitud no solo conservadora sino también discriminatoria que va en contra de lo que significa la relación entre lengua, cultura y realidad.
El hecho que un ciudadano legítimamente elegido para la representación congresal no domine la variedad estándar de una lengua no compromete su competencia intelectual en asuntos que posiblemente a diario afronta con éxito. Si la variedad estándar o académica es prestigiosa socialmente no lo es por cuestiones intrínsecas, sino porque dentro la sociedad letrada existe un complejo aparato que a nivel institucional ha posicionado esta variedad como la más importante. Desde la escuela, se nos enseña perversamente que el curso de lengua consiste en solo analizar oraciones o en determinar la corrección de una expresión oral o escrita, pero totalmente descontextualizada. Esta tendencia pervive aún en la enseñanza superior, salvo en muy escasas excepciones. No se visualizan las relaciones que la lengua mantiene con la cultura y las prácticas sociales. Por ello, considero que quienes tienen a su cargo la materia de lenguaje o comunicación son, en algún grado, corresponsables de la discriminación lingüística en la medida que sostengan una actitud purista frente al cambio lingüístico.
El caso Supa-Mariátegui fue un ejemplo de cómo la discriminación lingüística se traduce en discriminación sociocultural en nuestro país, lo cual es resultado de la desigualdad que arrastramos desde la Colonia, la que, a su vez, ha sido interiorizada y hasta hoy difícilmente superada. El uso del castellano o la exigencia de su variedad estándar no puede ser un criterio para evaluar la competencia laboral o intelectual de un individuo. Si fuera así, estaríamos avalando la discriminación lingüística y sus implicancias en otros ámbitos como en lo sociocultural. Ello atentaría contra una porción significativa de hablantes dentro de un país caracterizado por ser multilingüe y multicultural. En consecuencia, se produciría una división social entre los que sí pueden y aquellos que no pueden ejercer la representación política simplemente porque no hablan castellano o porque no dominan su variedad formal. Los que sí pueden tendrán exclusivamente como lengua materna el castellano y, por ende, se vería restringida la representación política de las comunidades indígenas, lo que cuestionaría aún más nuestra precaria cultura democrática.
Lo que debería ser tomado muy en cuenta además de los méritos académicos que, por supuesto, son deseables, es el conocimiento que el congresista posee acerca de la realidad de los ciudadanos a los que representa, sobre todo si estos se hallan en un estado de abandono material y en desigualdad de oportunidades frente al resto del país. En ese caso, el conocimiento vivencial aunado al dominio de su idioma sí es determinante para ejercer la representación congresal. Visto de este modo, Hilaria Supa no es ninguna ignorante o inculta: es una mujer cultivada en su propia lengua y que ha testimoniado conocer qué dificultades enfrentan sus representados. Asimismo, el hecho de calificar a alguien como inculto es propio de una mentalidad decimonónica o colonial por decirlo menos. No existen sujetos sin cultura porque la cultura es más que un grado de instrucción o un cúmulo de conocimiento. La ignorancia se manifiesta en aquellos que consideran que nuestra sociedad debe ser unilingüe y monocultural.
Si alguna responsabilidad tenemos los que estamos involcrados con la enseñanza del lenguaje, adicional al logro de competencias, es combatir estos prejuicios tan arraigados en la ciudadanía. Los estudiantes deben enterarse que el curso de Lenguaje no tiene como objetivo solamente analizar oraciones, colocar tildes, puntos y comas, sino, especialmente, y entre otros, reconocer nuestra diversidad como sociedad y como individuos.