Arturo Caballero Medina
Carlos Meléndez acaba de postear un artículo que también publicó en Correo,"Re-elección presidencial", en el cual sostiene que la reelección consecutiva por un solo periodo es apropiada. En virtud de ello, propone que en el Parlamento de discuta esta posibilidad. Por el contrario, considero que existen sociedades con mayores posibilidades que otras para que la reelección se instituya como un mecanismo efectivo que asegure la continuidad de un proyecto nacional entre las cuales excluyo al Perú por el momento.
La primera razón que esgrime a favor de la reelección es que "es el principal mecanismo de rendición de cuentas con el que cuentan los electores sobre el desempeño de sus elegidos". Es decir, que cuando el electorado manifiesta su deseo de elegir nuevamente a quien gobernó el país, se debe interpretar como un reconocimiento a la gestión o una renovación de la confianza. Sin embargo, a la luz de la nefasta experiencia del Fujimorato, no entiendo cómo Carlos Meléndez puede tener confianza en que -habiendo transcurrido tan poco tiempo de la re-re-elección de Alberto Fujimori- la reelección consecutiva pueda, efectivamente, servir como un instrumento de fiscalización. Carlos no nos explica cómo es que se desarrollaría esta rendición de cuentas de parte del gobierno reelegido. Más bien, sucedería absolutamente lo contrario: ese espíritu de la reelección (cuyas bondades son destacadas por Carlos) se vería distorsionado porque sería aprovechado para, por un lado, afianzar el poder del partido gobernante en el control de las instituciones del Estado, lo cual conduciría a una mayor indiferenciación entre gobierno y Estado; y,por otro lado, para obstaculizar todo intento de fiscalización que apunte a cuestionar la gestión del primer periodo, a la vez que para borrar todas las evidencias acumuladas antes de la culminación del segundo periodo.
La tentación autoritaria en nuestro país no ha desaparecido. Prueba de ello son los exabruptos de Alan García, Luis Giampietri, Rafael Rey, Lourdes Alcorta, Edgar Núñez, Mercedes Cabanillas y Ollanta Humala, del lado político; y Aldo Mariátegui, Andrés Bedoya (Correo), Uri Ben Schmuel (La Razón) y Rafael Romero (Expreso-RBC), del lado periodístico, cuando opinan, por ejemplo, sobre las reparaciones a los deudos de la masacre de Putis. Imaginen si estos mismos sujetos conservaran el poder y/o lo sostuvieran desde los medios. Un eventual tercer gobierno de Alan García consecutivo al presente se caracterizaría por una intensificación de la violencia (en todos sus matices) contra quienes criticaran su gestión amparándose en la voluntad de la mayoría que lo reeligió. Como si la mayoría que ganó tuviera que atropellar a los que discrepan. Este tipo de refugio político en lo popular es frecuentemente visitado por los caudillos. ¿Qué nos garantiza que un gobernante reelegido en el Perú, en las actuales circunstancias, no ceda a la tentación autoritaria?
De otra parte, Carlos Meléndez menciona que "la posibilidad de una re-elección puede ser un incentivo para la autoridad para mejorar su actuación. De otro modo, se corre el riesgo que la autoridad elegida se desentienda de su función y, a falta de motivaciones, reduzca su trabajo a una mediocre administración pública sin ambiciones". Estaría de acuerdo si -a riesgo de parecer pesimista o apocalíptico- el análisis de Carlos estuviera circunscrito a sociedades similares a las europeas en las que la experiencia de participación política de la ciudadanía es muy activa y notablemente más reflexiva (tampoco deseo caer en idealizaciones), pero no en el Perú de hoy. Carlos confía demasiado en los buenos propósitos de los gobernantes. Un presidente nunca gobierna solo, sino que gobierna "con" y "contra" algunos (en el sentido de lidiar frente a conflictos); la psicología de gran parte de la burocracia estatal o de la partidocracia en nuestro país no se guía por los principios de elementales del márketing ni actúan en función de la excelencia administrativa (excluyo a los tecnócratas que acuden al auxilio de los políticos cuando estos destacan por incompetentes); sino que están totalmente politizadas (en el sentido peyorativo del término), o sea, que actúan por consignas personales y partidarias. Esto se consolida cuando el sistema garantiza su permanencia en el poder.
Si un gobierno solo mide gestión en términos del reconocimiento de la ciudadanía con miras a reelección y reacciona ante la falta de reconocimiento con apatía e indiferencia -como el niño que no estudia si es que no hay premio- reduce la política gubernamental a la relación entre una foca y su entrenador. En vez de buscar solo el reconocimiento de la población, debemos exigir que un gobierno actúe por convicciones dentro de un marco democrático y no por cálculo. Si es por este motivo que se desea promover la reelección presidencial, nuevamente se desvirtúan sus potencialidades.
Finalmente, el autor de la nota afirma que "la posibilidad de una re-elección permite plantear políticas de mediano plazo, con un horizonte mayor al inminente recambio. Y en cuarto lugar, complementariamente con el punto anterior, la posibilidad de la permanencia en el gobierno contribuye a la construcción de una burocracia con profesionales con mayor experiencia en la administración pública, cuyo proceso de aprendizaje se fortalece conforme pasa el tiempo".
La continuidad de un gobierno no siempre asegura la continuidad de políticas acertadas ni la consecución de objetivos nacionales. Prueba de ello ha sido la "dictadura perfecta" del PRI en México, a la cual resulta difícil de catalogarla como de derecha o de izquierda a lo largo de su historia porque ha oscilado entre el proteccionismo, estatismo y populismo, y el libre mercado y la apertura económica.
Precisamente, el argumento de los caudillos que se instalan en el poder, por la fuerza o mediante elecciones democráticas, es que necesitan un tiempo más prolongado para terminar el proyecto iniciado -el cual muchas veces personalizan al grado que se consideran los elegidos para ejecutarlo-. Esto excluye la posibilidad de que el mismo plan pueda ser alcanzado, enriquecido y perfeccionado por otro gobierno y puede servir para perpetuar intereses para nada loables "en bien de la nación". Acerca de que la reelección permitiría el perfeccionamiento de la burocracia profesional, me parece que Carlos solo está considerando a los más calificados, a aquella tecnocracia que no profesa necesariamente algún credo partidario y que más bien acude solícita al llamado de los políticos y que siempre cae bien parada. No dudo de las capacidades de este sector de funcionarios públicos, pero son los menos. El grueso no actúa ni piensa como ellos ni desea perfeccionarse profesionalmente. Estos burócratas que menciona Carlos son "rara avis", aves de paso que tampoco desean perpetuarse en un cargo público porque las ofertas de trabajo y desarrollo de las que disponen son mayores en otro lugar.
A resultas de todo lo anterior, considero que muchas cosas deben cambiar en el Perú antes de volver a la reeleccion presidencial consecutiva. La discusión por este tema requiere de una debate previo concentrado en un diagnóstico acerca de las posibilidades y limitaciones que tendría su aplicación en concreto en nuestro país. La reelección consecutiva no es en sí misma perjudicial o beneficiosa, ya que influyen mucho las circunstancias que rodean su ejecución. No es lo mismo la reelección de Uribe y Chávez que la reelección pasada de Rodríguez Zapatero o la de Mitterrand en los 80's en Francia o las reelecciones en los EEUU. La reelección en el Perú es la reelección en el Perú.